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Sexo, Muerte, Biodiversidad y Singularidad. (El derecho al significado)

Gustavo Wilches-Chaux
Abogado. Colombia
Conferencista nacional e internacional sobre temas de Desarrollo Sostenible, Ecología, Desastres Naturales. Autor y coautor de varios libros publicados en Colombia y en el exterior

"El amor es tan grave como la muerte y sólo se parece a la agonía:
La misma conciencia, la misma intensidad, el mismo dolor mezclado al placer, la misma vivencia del instante como único, irrepetible, efímero y hondo"

Cristina Peri Rossi

"Sin sexo no podía haber diversidad, sin muerte no podía haber individualidad"
Leonard Shlain

"Nacimiento, Copulación y Muerte. Son todos los hechos cuando se llega a lo esencial: Nacimiento, Copulación y Muerte"
T.S. Eliot

Una especie fundamentalmente táctil

Si la memoria no me falla, Adán se despertaba y decía: "I think I am..." (Yo pienso que soy...). Y después confirmaba: "I feel I am" (Siento que soy). Era una canción de The Moody Blues, de fines de los sesenta. Creo que el disco se llamaba "En el umbral de un sueño" (In the threshold of a dream). O era en otro: "To our children's children's children": "A los hijos de los hijos de nuestros hijos". Adán, recién hecho, se daba cuenta de que era. De que existía. Entonces se tocaba, todavía fresco, para comprobar que sí, que efectivamente existía.
Se tocaba: La piel. Un sentido sintiéndose a sí mismo, algo que sólo puede hacer el tacto. La piel sobre la piel.
¿O puede el gusto saborearse a sí mismo, o el olfato olerse, o la vista verse, o el oído oirse? A lo mejor sí. (¿Cuándo a uno le pita un oído, o cuándo la boca le sabe amarga?). No sé.

Luis Carlos Restrepo, el psiquiatra y escritor, afirma que los seres humanos pertenecemos a una especie esencialmente táctil. Que la piel es simultáneamente el lugar de intolerancia y el lugar de la caricia. En términos cuantitativos, la piel representa algo así como el 16 por ciento del peso del cuerpo. Es además, un sentido global, total, que nos envuelve, que simultáneamente nos protege del mundo y nos conecta con el mundo circundante. El único de los cinco sentidos oficiales que no está limitado a la cabeza.

En "Acefalia", uno de los textos de las Historias de Cronopios y de Famas, Cortázar cuenta sobre un hombre al que le cortaron la cabeza, "pero poco después estalló una huelga y no pudieron enterrarlo, este señor tuvo que seguir viviendo sin cabeza y arreglárselas bien o mal". Así aprendió primero a ver ("cuando el señor advirtió que esto último era una piedra verde, pasó un par de días muy perplejo"), después a saborear ("cuando se dio cuenta de que además la piedra era dulce, el señor pasó cierto tiempo atacado de gran sorpresa"), luego a oler y por último a oír "y fue como un recuerdo, porque lo que oía eran otra vez las palabras del capellán de la cárcel, palabras de consuelo y esperanza muy hermosas en sí, lástima que con cierto aire de usadas, de dichas muchas veces, de gastadas a fuerza de sonar y sonar".
"En la mesa", prescribe Carreño, "no tomaremos en las manos ni tocaremos otra comida que el pan destinado para nosotros". Y por supuesto, "no acostumbremos a llevar la mano a la cabeza, ni introducirla por debajo de la ropa con ningún objeto, y mucho menos con el de rascarnos. Todos estos actos", sigue Carreño, "son asquerosos, y altamente incivilizados cuando se ejecutan delante de otras personas". En resumen: No tocar. Pero también no oír, no ver, no oler, no saborear, no sentir, no ser. "Lujuria", define el diccionario, "es el vicio que consiste en el uso ilícito o apetito desordenado de los deleites carnales." Hemos sido educados para renunciar a la lujuria, a la sensualidad ("propensión excesiva a los placeres de los sentidos"), a la sensorialidad, al erotismo de sentir que estamos vivos.

Además de los antes mencionados sentidos oficiales, entre los cuales hemos resaltado el tacto -y podríamos haber hecho énfasis también en el olfato, el sentido que tiene más terminales en el sentido límbico donde residen la nostalgia y la memoria de lo sensual- los hombres poseemos múltiples sentidos clandestinos... y las mujeres aún más. Porque en la medida en que las mujeres fueron relegadas a la marginalidad, se pudieron dedicar a atesorar y a oficiar todos aquellos otros sentidos que, como la intuición, no cabían en la legalidad, y en consecuencia fueron obligados con ellas, con sus saberes y poderes, con todo lo que fuera "diferente", a sumirse en la clandestinidad.

El sentido de ser

Luis Carlos Restrepo -otra vez- cuenta que en el antiguo griego existió un verbo, «splaknisomae», que literalmente quería decir "sentir con las tripas". Que en las primeras versiones del Nuevo Testamento Jesús era "splaknisomae" (un verbo y no un sustantivo, como en la canción de Arjona), y que precisamente podía curar porque era capaz de sentir con sus propias tripas el dolor de los demás. Es decir, que podía sentir compasión: Etimológicamente, compartir la pasión de los demás. Y cuenta también que más o menos por el tiempo en que apareció Galeno, el verbo "splaknisomae" comenzó a desaparecer, y a las mujeres que siguieron sintiendo con las tripas comenzaron a llamarlas "histéricas", y a los hombres a llamarlos "hipocondríacos". Hasta que el verbo se extinguió del todo, no así la capacidad humana de sentir con las tripas. Muy de vez en cuando, cuando vemos un niño caminando en equilibrio, con su maletín de lápices de colores y de libros escolares a la espalda, sobre la baranda estrecha de un puente elevado, o cuando vemos pasar a la mujer que nos arrebata el aire y el sueño, o cuando llega del banco un telegrama que de antemano sabemos que nos invita a cubrir a la mayor brevedad posible "su apreciable sobregiro" (y no hay con qué), nos acordamos inmediatamente de la facultad olvidada de sentir con las tripas. Esa sensación desasosegada de tener un abismo en el vientre.

Existe otro sentido, no lejano al "splaknisomae": La senestesia.
Quien busque en el diccionario, por la "s", la palabra «senestesia», no la va a encontrar. Va a encontrar sí, la palabra «cenestesia»: "Sensación general de la existencia del propio cuerpo, independiente de los sentidos, y resultante de la síntesis de las sensaciones simultáneas y sin localizar, de los diferentes órganos y singularmente los abdominales y torácicos". La "propiocepción", que llaman los psicólogos. O la capacidad de sentir las propias tripas con las tripas.
Y existe también «sinestesia», esa sí con "s" pero con "i": "Sensación secundaria o asociada que se produce en una parte del cuerpo a consecuencia de un estímulo aplicado en otra parte del mismo", y también "imagen o sensación subjetiva, propia de un sentido, determinada por otra sensación que afecta a un sentido diferente".Como quien dice, ver estrellas cuando uno se da un martillazo en un dedo, o tener dolor de muela en todo el cuerpo. O la manera de arreglárselas el decapitado de Cortázar.
Pero nada en el diccionario sobre "senestesia". Porque oficialmente no existe la palabra. Yo la propuse para denotar uno de esos sentidos clandestinos: El sentido de ser. El que le sacudía las tripas a Adán cuando se dio cuenta de que existía. De que era.
El sentido de ser, con sus dos acepciones (por no decir con sus dos sentidos). La primera, "sentido" del verbo "sentir". Yo siento que soy: La cenestesia con "c". La segunda, del verbo "significar": Que significa que yo sea. En inglés habría que acudir a dos palabras diferentes: "The feeling of being" y "the meaning of being". En español basta una sola: El sentido de ser. La senestesia con "s".

Y aquí viene lo que pienso interesante: La posibilidad de aprehender el verdadero y más profundo significado de ser, no es una tarea solamente intelectual. No depende sólo de la razón. Es una tarea sensorial, erótica, lujuriosa, visceral. Que en parte depende sí de la razón, pero en gran parte de las tripas: Un "splaknisomae". La capacidad de descubrir, de intuir, de sentir el sentido (y valga la redundancia, porque de eso se trata), de construir el significado de la propia existencia, es una tarea personal, singular, particular. Cada uno generará su propio significado, así como cada organismo genera sus propias proteínas: Características y únicas. Pero simultáneamente una empresa colectiva de "teología experimental".

Datos

Afirman los astrónomos que el universo tiene entre quince mil y veinte mil millones de años de edad. Que el sol se formó hace cinco mil millones de años a partir de los restos de estrellas extinguidas de generaciones anteriores, y que la Tierra se enfrió hace 4.500 millones de años. Que hace entre 3.800 y 3.500 millones de años se formaron los primeros seres vivos sobre nuestro planeta, y que hace dos mil millones de años aparecieron de manera interrelacionada la fotosíntesis (o capacidad de empaquetar energía solar en estructuras vegetales hechas de gas carbónico y de agua), el oxígeno gaseoso (subproducto de la fotosíntesis), la capa de ozono (derivada del oxígeno gaseoso) y la facultad de respirar (extraer energía de la materia orgánica mediante la combustión en presencia de oxígeno, el nuevo gas) que desplazó en eficiencia a la hasta entonces predominante fermentación anaeróbica.
Convencionalmente aceptemos que hace dos millones de años aparecieron los primeros antepasados directos de los seres humanos: Nuestros primeros antepasados.
(Cuando en una noche oscura de diciembre miramos hacia el norte, arriba a la izquierda de Casiopea, vemos un tenue manchón, como si tuviéramos una huella digital en el lente de las gafas. Es la nebulosa de Andrómeda: En realidad una galaxia, con varios cientos de miles de millones de estrellas. Es el objeto extragaláctico más cercano a la Vía Láctea -con excepción de las nubes/satélites de Magallanes- y el único que podemos percibir a simple vista. La luz que en ese momento llega a nuestros ojos, partió de la nebulosa de Andrómeda hace dos millones de años, cuando nuestros remotos antepasados comenzaban a caminar sobre la superficie de la Tierra).

El cerebro humano posee cien mil millones de neuronas: El mismo número de estrellas que tiene la Vía Láctea. Al menos nuestra galaxia nos cabe completa en la cabeza.
Así es, precisamente, el sentido singular, irrepetible y único de cada ser humano. Difícil de especificar en términos intelectuales.
No así con la senestesia. "Y sentí que el universo entero me daba un abrazo": La frase con que Lawrence Durrell termina el último de los libros de El Cuarteto de Alejandría.

Sexo y Muerte, Biodiversidad y Singularidad

Imaginémonos una empresa donde el gerente y la secretaria y el contador y el tesorero y el conductor y el mensajero y todos los demás empleados, tengan entre sus elementos de dotación una caja de herramientas con el equipo indispensable para realizar reparaciones de plomería, carpintería, mampostería, electricidad y todas las demás artes que exige el mantenimiento de un inmueble. Todos los empleados, menos uno, precisamente el encargado del mantenimiento, que tiene también una caja pero con sólo la mitad de las herramientas necesarias.
Algo tan aparentemente absurdo sucede en nuestros cuerpos: Todas nuestras células poseen toda la información genética necesaria para obtener reproducciones de cada uno de nosotros, con excepción de unas, las células sexuales, las encargadas de la función reproductora, que poseen sólo la mitad del material genético.

Precisamente porque la vida quiere evitar reproducciones, fotocopias. La vida quiere asegurarse de que cada nuevo individuo -y en general cada nueva generación- sea distinto de sus progenitores.
Hablamos erróneamente de "células reproductoras", de "sistema reproductor" y de "reproducirnos", cuando deberíamos hablar más acertadamente de "células diversificadoras", de "sistema diversificador" y de "diversificarnos". O de "divertirnos".
El fenómeno que hace posible la diversificación -el sexo- apareció hace aproximadamente mil millones de años. Recordemos que la vida lleva 3.500 millones de años en La Tierra. Es decir, que durante más de dos terceras partes de su existencia sobre el planeta la vida evolucionó sin la presencia del sexo (1).

Y sin la presencia de la muerte, al menos tal y como hoy la concebimos. Expliquémonos citando a Fritjof Capra: "A pesar de que la muerte es un aspecto central de la vida, no todos los organismos mueren. Los organismos unicelulares simples, como las bacterias y las amibas, se reproducen por división celular, de suerte que siguen viviendo en su progenie. Las bacterias que existen hoy son esencialmente las mismas que poblaron la tierra hace millones de años..."(2). "Puede decirse con cierta lógica", escriben Ann y Druyan y Carl Sagan, "que los organismos antiguos están aún vivos"(3). De hecho, a partir de que todos y cada uno de los organismos surgidos como resultado del intercambio de genes -la sexualidad- por definición ya no descienden de un sólo progenitor sino de dos, y de que sus características genéticas son el resultado de una recombinación más o menos aleatoria, nace la individualidad. La singularidad. Cada organismo es único, singular e irrepetible.
Por eso, si una amiba, genéticamente "igual" (siempre entre comillas) a todas las demás amibas de su progenie, muere, seguirán existiendo múltiples reproducciones de sí misma. (Cuando imprimimos varios ejemplares de este texto a partir directamente del computador, podemos afirmar que todas las "copias" son "originales". En consecuencia, si se pierde una, cualquiera que sea, podemos tener siempre a mano uno o más "originales", o la posibilidad de reimprimirlos). En cambio cuando se muere un organismo del cual no existe absolutamente ninguna copia "idéntica", se habrá perdido para siempre: La verdadera muerte.

"Ningún organismo 'en sus cabales' optaría por el sexo con otro organismo. Genéticamente hablando el autosacrificio es demasiado costoso"(4). Vayámonos a un ejemplo cotidiano: Cuando yo era un niño y mi mamá me compraba ropa (seguramente el ejemplo ya no es del todo válido debido a las características de la ropa que se consigue actualmente en el mercado), regresaba siempre a la casa alabando, entre otros aspectos que hablaban de la buena calidad de las prendas adquiridas, que tuvieran "de dónde soltarles". Es decir que hubieran sido fabricadas con suficientes dobladillos para que a medida que yo fuera creciendo, la ropa siguiera creciendo conmigo. Así unos pantalones le duraban a uno durante meses, a veces años, a pesar de estar en una edad de crecimiento acelerado. Uno se iba alargando o engordando, y con uno los pantalones se iban también estirando y ensanchando. Y cualquiera podía seguir por las diferentes tonalidades de los dobladillos desbaratados, el ritmo de nuestro propio desarrollo. Hasta que llegaba un momento cuando ya los pantalones no daban para más, cuando ya no quedaba más de donde soltarles. El alivio era grande y nos compraban entonces unos nuevos pantalones... con sus dobladillos intactos. Y volvía y jugaba.
Así cada organismo -cada generación- aparece con sus propios "dobladillos evolutivos": Un rango de cambios dentro del cual le es posible coevolucionar, adaptarse a los cambios ambientales. Y así a cada generación le llega un momento a partir del cual se agota su capacidad de transformarse. Pero se espera que para entones ya haya procreado una nueva generación con sus "dobladillos" intactos. Una especie de carrera de relevos en la cual cada generación recibe de la anterior la posta de los cambios.

Podemos jugar con la paradoja: En virtud del sexo cada uno de nosotros es cualitativamente distinto de nuestros progenitores, como ellos (él y ella) lo fueron de sus propios progenitores, pero al mismo tiempo podemos reconocernos como nuestros padres y nuestras madres, y nuestros abuelos y nuestras abuelas, y nuestros bisabuelos y bisabuelas, adaptados a vivir en las actuales condiciones ambientales (que incluyen unos patrones sociales y culturales que habrían sido totalmente inconcebibles hace dos o tres generaciones). Y podríamos entender a nuestros hijos y nietos y bisnietos (the Moody Blues dirían "to our children's children's) como unas versiones de nosotros mismos adaptadas a lo que será el mundo dentro de 25, de 50 o de 100 años.

Richard Michod, profesor de Ecología y Biología de la Evolución, de la Universidad de Arizona, lo expresa en los siguientes términos: "El sexo consiste en el apareamiento de material genético procedente de dos individuos para producir otro individuo con una nueva combinación de genes. Al asegurar que la descendencia sea ligeramente distinta de sus progenitores, el sexo incrementa las posibilidades de que las especies produzcan modelos nuevos y mejorados, capaces de sobrevivir a los cambios del ambiente o de superar a sus predadores y rivales"(5). Los organismos complejos habrían podido optar por el camino de adaptarse a los cambios ambientales mediante la sustitución de sus "partes obsoletas", pero prefirieron desarrollar "una suerte de súper-reparación: En lugar de sustituir las partes dañadas o consumidas, sustituyen todo el organismo"(6) cuando ya no dan para más los "dobladillos". "El sexo prescribe la muerte del organismo individual pero da vida al linaje hereditario y a las especies (...) rejuvenece el ADN y vivifica a la siguiente generación"(7).Cuando se escribe sobre la vida es difícil no caer en la antropomorfización de los procesos, como si estos correspondieran a una voluntad explícita o a un plan preconcebido. "La vida quiere evitar reproducciones", escribíamos arriba. "En consecuencia", sería la conclusión, "se inventó el sexo".
Obviamente el sexo no surgió como resultado de un proceso de planificación premeditada por parte de los organismos que habitaban el planeta hace mil millones de años.

Entre las bacterias existen procesos de intercambio de genes, como la llamada "conjugación", que podrían constituir los antecedentes del sexo. El ya citado Richard Michod especula que ese intercambio de material genético puede haber surgido como una manera de "reparar" cromosomas dañados en formas de vida primitivas. Rosemary Redfield, profesora de bioquímica de la Universidad de la Columbia Británica en Vancouver, también citada por Gutin en la revista Discover (8), afirma que puede haber sido simplemente "el hambre" la motivación de los microorganismos para iniciar la incorporación a sus cromosomas de material genético externo: "Cuando una bacteria se siente hambrienta", escribe Redfield, "es porque se agotan sus reservas de azúcar y comienza entonces a buscar ADN existente en el medio".
Sagan y Druyan, en la obra también citada, afirman que "quizá el sexo comenzó siendo una infección, que más tarde las células infectantes e infectadas institucionalizaron" (9).

Los biólogos parecen inclinarse por la teoría de que ha sido la manera más exitosa de combatir el ataque de los organismos patógenos, es decir, las infecciones. Usando la hipótesis de Sagan y Druyan, podemos presumir que los organismos "infectados" (es decir, sexualmente "rediseñados") resultaron mejor capacitados para defenderse de las infecciones.
De hecho, mientras en contra de las suposiciones, los organismos que se reproducen asexualmente, mediante la formación de copias "exactas" o clones, poseen ventajas comparativas en términos de su capacidad de sobrevivir en ecosistemas altamente cambiantes en donde las poblaciones son escasas y en consecuencia es difícil conseguir una "pareja" para intercambiar material genético" (10), las formas de vida sexuales (incluida la especie humana), se defienden con mucho más éxito de los ataques de los parásitos. "Esta hipótesis considera que el sexo enfrenta a nuestros enemigos con una confusión básica que es esencial para la salud (...) En este momento hay más microorganismos patógenos de enfermedades en nuestro cuerpo que personas en La Tierra. Una sola bacteria que se reproduce dos veces por hora dejará un millón de generaciones sucesivas en el periodo de nuestra vida. Con tantos microbios y tantas generaciones, la selección dispone de un número inmenso de variedades microbianas para actuar, especialmente la selección empeñada en superar nuestras defensas corporales (...) Habida cuenta del formidable poder de adaptación de los microorganismos patógenos, sería muy peligroso que los hombres fuéramos de generación en generación genéticamente idénticos" (11).

El sistema inmunológico de los organismos sexuales opera como un proceso de negociación en el cual el negociador de una de las partes (y su estrategia de negociación) fuera cambiado cada vez que estuviera a punto de llegar a un acuerdo con la contraparte. Esa contraparte son los organismos patógenos y el negociador y su estrategia representan la capacidad inmunológica basada en el cambio constante. El cuerpo humano es recorrido de manera permanente por cerca de dos millones de genes de anticuerpos (1.920.000 para ser exactos) (12). Un ejército de soluciones en busca de problemas. "Cuando el antígeno instalado en la superficie de un agente foráneo se encuentra con un linfocito que posee un anticuerpo en el que encaje, la célula se hincha y comienza a dividirse rápidamente. Una vez que alcanzan su madurez, las células B segregan anticuerpos que atacan al invasor; las células T generan linfocinas, productos químicos que estimulan la actividad de otras células del sistema inmunitario"(13).

La recombinación genética resultante del sexo aporta la diversidad de alternativas de defensa. Una vez que, ante un ataque concreto, una de dichas alternativas se muestra como la más adecuada, opera la clonación, el criterio reproductivo de los organismos asexuados. Es decir, que en nuestro propio sistema inmunológico coexisten y cooperan las dos opciones de reproducción de la vida.

Biodiversidad y autorregulación de los ecosistemas

Así como la biodiversidad genética interna de los individuos constituye la base de su sistema inmunológico, así la biodiversidad de especies animales y vegetales, de microorganismos, y por supuesto de genes, y la diversidad de múltiples interacciones entre todos ellos, constituyen la base de los procesos de autorregulación de los ecosistemas, lo cual es especialmente evidente en el trópico.
Y a su vez, en la diversidad de ecosistemas -y de interacciones entre ecosistemas- se fundamenta la autorregulación u homeostasis de La Tierra.
A medida que la biodiversidad va dando paso a la erosión genética, la vida en sus distintos niveles va perdiendo capacidad de adaptación a los cambios del planeta. Se va deteriorando esa trama sutil y compleja que hace posible que la vida -en especial la vida humana- exista tal y como hoy la conocemos.

En la novela de Michael Crichton, Parque Jurásico, se da el siguiente diálogo entre Malcolm, el especialista en teoría del Caos y Hammond, el empresario promotor del parque:

Otra vez sexo y muerte

Comenzamos a reconocer la existencia del medio ambiente --o del ambiente-- a partir del momento en que reconocemos la existencia del individuo, y viceversa. Sólo cuando un grupo de moléculas se junta para formar coacervados y distinguirse del medio, podemos hablar de individuos.
La pérdida de esa individualidad, de esa singularidad, la disolución de las fronteras que nos distinguen del medio, es la muerte. "Tu fin, que no tiene fin, es como el copo de nieve que se disuelve en el aire", decía Bassui, un monje Zen (14). La parte, el individuo, se disuelve en el todo, pero su esencia continua, difusa pero presente.
Hay dos grandes momentos en que el yo se pierde, se disuelve: El orgasmo y la muerte.

En la muerte, desaparecemos en el todo. En el orgasmo, en la otra o el otro. No en vano el maestro Estanislao Zuleta habla de "una concepción totalitaria el orgasmo como pérdida irrecuperable del yo".
Mil millones de años después de la aparición del sexo sobre la Tierra --y con el sexo la biodiversidad, la singularidad y la muerte-- el orgasmo nos ofrece un balcón para asomarnos a la muerte. Volvamos a la cita de Druyan y Sagan: "El sexo prescribe la muerte del organismo individual pero da vida al linaje hereditario y a las especies".
El orgasmo es un fractal de la muerte: "La misma conciencia, la misma intensidad, el mismo dolor mezclado al placer, la misma vivencia del instante como único, irrepetible, efímero y hondo", decía Cristina Peri Rossi en el epígrafe al comienzo de este ensayo.

En otras palabras:

Víctor Frankl escribe: "El amor constituye la única manera de aprender a otro ser humano en lo más profundo de su personalidad. Nadie puede ser totalmente conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama".
Lo que Frankl dice de "otro ser humano" lo hacemos extensivo entonces a la vida, al universo, a la Tierra.

Tolstoi -según Zuleta- "pensaba que no era capaz de amar el que no fuera capaz de reconciliarse con la muerte" (15).

Porque el amor se trenza allí con el orgasmo: En la ternura. En la capacidad de disolvernos. De morirnos para renacer en el otro o la otra. En el cosmos. En el todo.

Referencias

  1. CAPRA, Fritfoj. El punto crucial. p 329
  2. Ibid.
  3. SAGAN, Carl y DRUYAN, Ann. Sombras de nuestros antepasados olvidados. p 152
  4. GUTIN, Jo Ann C. "Why bother?", en Discovery, junio 1992. p 34
  5. Citado por Gutin en el artículo mencionado
  6. CAPRA, Op. cit. p 316
  7. SAGAN y DRUYAN, Op. cit. p 153
  8. GUTIN, Op. cit. p 36
  9. SAGAN y DRUYAN, Op. cit. p 147
  10. GUTIN, Op. cit. p 37
  11. SAGAN y DRUYAN, Op. cit. p 148-149
  12. NOSSAL, Gustav JV. "Sistema inmunitario: Entre la vida y la muerte". En Investigación y Ciencia. Noviembre de 1993. p 11
  13. Ibid.
  14. Citado por Douglas Hofstadter en Bach, Godel, Escher. Tusquets
  15. ZULETA, Estanislao. La propiedad, el matrimonio y la muerte en Tolstoi. p 50